El misterioso río que hierve del Amazonas

We Are the Amazon

Era una mañana típica amazónica en la ciudad de Iquitos, hacía un sol trepidante y un calor asfixiante. Había llegado a la ciudad una amiga mía y nos reunimos en el mercado de Nanay muy conocido por sus comidas típicas preparadas en varias barbacoas

Comida amazónica a la parrilla

En un restaurante muy conocido pedimos varios pescados de la zona y una cerveza bien fría. Tuvimos una conversación muy simpática y nos acordamos de nuestra amistad de la niñez, reímos a carcajadas y en un momento me comentó que le hubiera gustado visitar el río que hierve. ¡Quedó asombrada por mi reacción!¡No concebía mi desconocimiento dado que yo vivía en la selva! Me quedé atónito porque si bien existen ríos hirvientes en otras latitudes, suelen estar asociados a volcanes, dado que se requiere una inmensa fuente de calor para producir una manifestación geotérmica tan masiva. El problema es que no hay volcanes en la Amazonía, ni tampoco en la mayor parte del Perú

Acabamos la fría cerveza – en estos lares os puedo asegurar que son de vital necesidad para combatir las altas temperaturas tropicales – y ella se dirigió al mismo puerto a embarcarse en un bote que la llevaría al río Marañón para disfrutar de los encantos de la selva.

Me subí al motocarro y me dirigí a la plaza de Armas y en todo el trayecto no me pude quitarme de la cabeza de cómo sería el lugar y el río. Nada más llegar a casa fui directo al ordenador y me puse a buscar información. Descubrí que un joven científico y geólogo llamado Andrés Ruzo se había propuesto “descubrirlo” y escribió un libro llamado “The Boling River”. Según pude leer su curso fluye por mas de 6,25 kilómetros y llega hasta más de 25 metros de ancho y en su punto más profundo, toca los 5 metros. Y lo más asombroso es que en promedio alcanza una temperatura de 94 grados. Algo insólito en un río que circula por el Amazonas

Libro de Andrés Ruzo sobre el río que hierve en el Amazonas

Llegada a la ciudad de Pucallpa                           

Al cabo de unos días volé a la ciudad de Pucallpa. Dicha ciudad es de suma importancia económica dado que existe una carretera que lleva a Lima. Es la mayor ciudad selvática conectada a la capital peruana y se abastecen mutuamente, una de productos amazónicos y la otra de productos del resto del país y del mundo.

Escogí un hotel en la plaza de Armas. En Perú todas las plazas centrales y de mayor importancia en las ciudades y pueblos se llaman así, por ello dado mi desconocimiento sobre la ciudad quise hospedarme en dicha plaza. ¡Y acerté! Nunca fallas si te hospedas en la plaza de Armas en Perú, siempre estarás en la zona más comunicada y céntrica.

Plaza de Armas de Pucallpa

La verdad que no tenía gran interés en conocer Pucallpa, ya me habían avisado que no brillaba por su hermosura y que es básicamente una ciudad comercial. Había leído sobre el río que hierve, pero sinceramente la información escaseaba en referencia a como llegar. Lo primero que hice fue caminar por los aledaños del hotel y preguntar a las personas que estaban en las tiendas callejeras que venden los típicos suvenires. Ninguna persona me explicaba con exactitud como llegar. Entonces decidí buscar a personas de la etnia Shipibo-Konibo muy numerosas en esta zona de la selva Amazónica.

La tribu Shipibo-Konibo 

Los Shipibo-Konibo constituyen el tercer pueblo indígena más numeroso de la Amazonía peruana. Se distribuyen por las orillas del río Ucayali aunque con el proceso de urbanización de Pucallpa a mediados de los 1960s supuso un fuerte impacto sobre la sociedad shipiba. Un importante número de familias se estableció en la periferia de dicha ciudad y en ciudades y pueblos de alrededor, en busca de nuevas opciones para mejorar sus niveles de educación y acceder a los servicios de salud. En la actualidad, son cientos de familias indígenas establecidas en el ámbito urbano, aunque sin perder su vinculación con sus comunidades de origen. Son muy conocidos por sus artesanías de tejidos, cerámica pintada, estatuillas de madera y adornos corporales. Esta artesanía ha hecho que tengan gran demanda entre los turistas y que incluso se exporte en cantidades considerables. También debo destacar la importancia del Ayahuasca en la cultura shipiba. Esta planta sagrada se convierte para ellos en interlocutor de los hombres con el mundo de los espíritus de la selva. Estas creencias quedan plasmadas perfectamente en las expresiones culturales de este grupo, donde el ayahuasca permanece como elemento principal de su artesanía.

Hombres Shipibo-Konibo

No me fue difícil encontrarlos ya que estaban por todas partes y usaban sus trajes típicos. Me explicaron como llegar, pero el río no era de fácil acceso y prometía ser una odisea. Estaba claro que hacerlo solo era una temeridad y no me apetecía nada perderme en la selva.

Mujeres Shipibo-Konibo

Gracias a la recepcionista del hotel me presentó a un guía. Era un chico joven y transmitía mucha ilusión. Tenía muchas ganas de trabajar y quedamos al día siguiente para llevarme finalmente al río hirviente.

Camino al río que hierve 

Me desperté bien temprano muy ilusionado. Me fui a desayunar al mercado que estaba al lado y para probar la comida típica de la zona. Nunca desayuno en los hoteles porque prefiero engullirme en los mercados locales, ver los productos, empaparme del ambiente e interactuar con las personas autóctonas. Por ello busco sentarme en cualquier puesto callejero y disfrutar de los platos locales, elaborados al momento y de la manera más sencilla. Reconozco que me encanta ser el único “gringo” del local y estar rodeado de personas oriundas de la zona.

Ya con el estómago lleno y habiendo saciado mi apetito empezamos la aventura. Desde el hotel nos fuimos en un ruidoso motocarro a la estación de autobuses. Una vez más en estos lares el conductor conducía de manera caótica y temeraria, esquivando a alta velocidad todo obstáculo que se ponía por delante. Llegamos sanos y salvos. Aún sigo sin entender como prácticamente nunca he presenciado accidentes a pesar de su conducción arriesgada e intrépida.

Nos subimos a un coche destartalado que hacía la función de taxi, pero la diferencia es que se comparte con más personas desconocidas y hasta que no se ocupan todos los asientos no se mueven del lugar. Por supuesto no llevaban ningún distintivo de circulación o permiso. Los reconoces porque están en la estación de autobuses aparcados ordenadamente en fila. Salimos de la ciudad y al cabo de unos 30 minutos ya entramos en caminos no asfaltados y llenos de baches. Creerme que estar dos horas en un coche desmadejado y con unos amortiguadores desgastados rebotando constantemente no es muy complaciente. Finalmente llegamos a nuestro destino. Era un pueblo pequeño y acogedor.

En el pueblo hicimos una breve pausa para almorzar. Solo había un restaurante abierto. Nos acercamos y observamos el menú. De primero Inchicapi que es una especie de sopa de gallina, maní (cacahuetes), yuca hervida y otros ingredientes. De segundo nos sirvieron un estofado de sajino con gran cantidad de arroz blanco como guarnición. El sajino es el equivalente a un jabalí. Fue una comida contundente y cumplió su función de saciar nuestra hambre y repostar energías para continuar el camino.

Inchicapi

Fuimos al puerto por llamarlo de una manera ya que solo lo deduces debido a que están amarrados varios botes. Nos embarcamos en una canoa motorizada y pude apreciar estirado, el esplendor de la selva con la tranquilidad que merece.

Al cabo de 20 minutos tuvimos que caminar una hora en un camino donde los mosquitos no tuvieron piedad con nosotros. Finalmente subimos una pequeña cuesta no muy empinada y desde la altura pudimos ver el río ¡Por fin! No me lo podía creer. Bajamos rápido como cuando un niño se despierta el día de Navidad a ver los regalos que le ha traído Papa Noel. Hacía tiempo que había leído sobre este famoso río y mi emoción era mayúscula.

El río hirviente del Amazonas

Al acercarnos pude observar como salía humo de los matorrales, era el vapor del agua. ¡No me lo podía creer! Podía palpar el calor y se escuchaba un sonido de la ebullición del agua. Un sentimiento muy agradable se apoderaba de mí. El río fluía rápido y caliente. Y lo más espectacular era como el agua extraía el ardor, pero de un modo cálido. Era una situación mágica. Decidí sentarme al borde del río y simplemente disfrutar del momento. La impresión que tuve fue maravillosa. El paisaje, la situación y el sonido del agua bajando, realmente provocaba un gran bienestar general. Para mí sorpresa el agua estaba limpia y transparente, se podía apreciar el fondo. Me quedé unos veinte minutos inmóvil y dejándome llevar por el momento en silencio escuchando el sonido de la selva y del río.

Al cabo de un rato se presentó la persona encargada del campamento y le expliqué que había venido a presenciar semejante belleza. Sonrió y asintió con la cabeza aceptando mi presencia. Aproveché para conversar con él y me explicó que esta zona del río es sagrada. El río nace con agua fría y justo en este lugar el agua es caliente y después vuelve a ser fría.  Su nombre es Shanay-Timpishka que significa hervido con el calor del sol. Y es la casa de la Yacumama “la madre del agua” en quechua. Según la mitología de los pueblos indígenas amazónicos es una culebra parecida a la anaconda, pero bastante más grande y con una fuerza arrolladora que habita en el agua que hace de protectora de las fuentes del agua del Amazonas. Los habitantes beben su agua, cocinan y hasta la utilizan para preparar sus medicinas de plantas.

Se puede apreciar el vapor del río hirviente

Conversación con el chamán del río

Estuvimos caminando un rato y me presentó al maestro Juan Flores. Es el chamán que pertenece a la tribu indígena Asháninka y custodia espiritualmente el río. En los tiempos sus abuelos, solo los chamanes más poderosos venían al río para comunicarse con los espíritus. La mayoría de personas no se atrevían a entrar por miedo a los jaguares y de los poderosos espíritus de los ríos y la jungla. Él se encarga de sanar a las personas con plantas medicinales amazónicas y construir conexiones más profundas entre la humanidad y la naturaleza.

Juan Flores fue portada del Nat Geo de Francia

Me encantó conversar con él, pero empezaba anochecer y teníamos que volver a la ciudad y no era recomendable hacer el recorrido de noche. Me hubiera quedado horas hablando con ellos, pero debíamos partir. Me despedí y agradecí su hospitalidad.

A mi vuelta me quedé meditando sobre la conversación que tuve con ellos y me costaba entender cómo era posible que un lugar único como el río que hierve estuviera amenazado por madereros ilegales, ganaderos y que desde su perspectiva solo fuera otro recurso para explotar. Como un lugar tan espiritual para las autoridades locales fuera otra zona desprotegida lista para su desarrollo. ¿En qué nos habíamos convertido los seres humanos? ¿Cómo era posible que nuestra avaricia no tuviera límites? ¿Cómo era posible que nuestro afán por consumir no tuviera fin? En nuestras manos está en conservar el medio ambiente y nuestro planeta. Debemos saber y entender que todo tiene su significado y singularidad porque esa es la cuestión. Y nosotros definimos el significado.  Somos nosotros que tenemos el poder de dibujar la línea entre lo sagrado y lo trivial. Vivimos en un mundo donde todo está medido e informatizado y nos olvidamos de lo esencial. Nuestra conexión con la naturaleza y que somos parte de ella. Las relaciones personales y de nuestros queridos. Los que amamos la naturaleza no debemos de cesar de nuestro empeño en seguir palpando su esencia. Sigamos siendo curiosos. Vivimos en un mundo increíble y único. En un mundo donde aún los chamanes todavía cantan a los espíritus de la jungla. Donde los ríos hierven y donde las leyendas cobran vida.

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